lunes, 17 de octubre de 2011

Vida cotidiana en el virreinato

Vida colonial de América

Leer uno de los relatos (A, B o C)

A)    Mr. Jones y su viaje por Buenos Aires
A partir de la década de 1820, se respira en Buenos Aires cierta tranquilidad, producto de la finalización de las guerras de independencia que permiten el desarrollo de actividades productivas y comerciales. Es así que muchos ingleses se radicaron en esta ciudad. Algunos para dedicarse a las actividades comerciales, otros compraron estancias para criar ganado. También importantes casas comerciales inglesas instalaron aquí sucursales de sus empresas. Mr. Jones, viajó desde Londres para supervisar el funcionamiento de una de las sucursales de la empresa para la que trabajaba. Fue un observador muy atento, no quería perderse detalle del lugar, su economía, de cómo era la gente y sus costumbres. Muchas cosas le llamaron la atención durante su estadía y, de regreso a su país, en una reunión de amigos relató sus impresiones sobre la visita a Buenos Aires.
La llegada Partimos de Montevideo y arribamos a Buenos Aires al día siguiente. Como las aguas del río son poco profundas, los barcos se detienen lejos de las costas y tanto los pasajeros como las mercancías son trasladados en pequeñas embarcaciones. Al aproximarnos podemos ver la ciudad. Las edificaciones son todas de la misma altura y sólo sobresalen las torres de las iglesias. No hay montañas ni bosques, en el fondo puede apreciarse una vasta y prolongada llanura.


De las barcazas pasamos a toscas carretas que nos llevarían a tierra, porque no hay suficiente agua para que los botes puedan arrimarse a la orilla. No imaginan ¡qué desagradable! Al llegar a unos treinta o cuarenta metros de la orilla, los pasajeros nos encontrábamos rodeados de esas carretillas que también eran utilizadas para transportar las mercaderías que entran y salen del país.
Las carretillas tenían dos grandes ruedas apoyadas sobre un eje y encima de éste había una gran plataforma hecha con tablas separadas unas de otras de manera que el agua pasa entre ellas. Unos cueros estirados hacían de paredes laterales y, a través de una corta y gruesa lanza se las ataba a un caballo. Los carretilleros andaban medio desnudos, gritando y empujándose unos a otros y azotando a los caballos en el agua, con salvaje y grotesca apariencia.
Me contaron que tiempo atrás había un muelle que entraba en el río y evitaba estos inconvenientes pero fue desmoronado por la fuerza del agua. Desde entonces el gobierno no ha querido o no ha podido construir uno nuevo. Creo que debiera ser una de las primeras obras que cualquier gobierno debe realizar, para comodidad de los pasajeros y porque traería mayores beneficios para el comercio de Buenos Aires.


B)    Una vista de la ciudad Las calles y las casas 




Una vez en tierra, me dedique a buscar una casa donde poder hospedarme. Recorrí parte de la ciudad. Sus calles están dispuestas en damero [1] y las principales habían sido empedradas hacía poco tiempo, creo que en 1823. Las calles se veían limpias. En cierta ocasión, conversando con la gente de lugar, me enteré que las piedras que utilizaban para colocar en las calles, las traían de algunas islas que están frente a Buenos Aires, especialmente la de Martín García. Pero, no todas las calles se encontraban pavimentadas, algunas eran de tierra lo que ocasionaba que en tiempos de sequía uno fuera ahogado por el polvo de los caminos y en tiempos de lluvia se volvieran intransitables, razón por la cual, los vecinos permanecían en sus casas como si estuvieran prisioneros. Las veredas se elevaban tan sólo un poco más que las calles de tierra y eran del mismo material. Los cruces de una vereda a otra, estaban hechos de piedra o de madera y cuando llovía quedaban cubiertos de barro y resultaba muy peligroso atravesarlos.
A mitad del frente de la ciudad, casi sobre el río, está el Fuerte. Dentro del Fuerte se encuentran los departamentos del presidente y los ministros. Frente al Fuerte se encuentra la Plaza Mayor, en el lado norte de la plaza se levanta la Catedral, hacia el este la Recova (una galería en la que se pueden encontrar pequeños comercios), al sur una hilera de pequeñas tiendas, hacia el oeste el Cabildo donde tienen su sede los concejales de la ciudad.
Las casas eran bajas, pero había algunas construcciones nuevas en las que se habían introducido pisos altos, en los que la planta baja estaba ocupada por comercios o almacenes de depósito, mientras que en la planta alta residían las familias. Las ventanas que daban a la calle eran muy bajas y llegaban en su parte inferior casi a tocar el suelo. Las porteñas se sentaban en los alféizares para observar a los transeúntes y recibir los saludos de los amigos de los cuales las separaban fuertes barrotes de hierro que aseguraban las ventanas. En el tiempo que residí en la ciudad, se prohibieron las tradicionales rejas voladas [2] porque ocasionaron más de un accidente a los desprevenidos transeúntes. Las rejas no son una costumbre inglesa, para nosotros sería como vivir en una prisión. Pero, cuando se ve colgar de ellas guirnaldas de hermosas plantas, comienzan a parecer decorativas. También las azoteas eran un lugar de reunión, sobretodo para aquellos que no deseaban oir el bullicio de la calle y en tiempos de las invasiones inglesas, desde allí los porteños arrojaron aceite y agua hirviendo a nuestro ejército, ocasionando muchísimas bajas.
Llegué a la casa que me habían recomendado alquilar. Sus dueños me invitaron a recorrerla, pude constatar que los porteños '[...] carecían [...] en sus casas particulares de las comodidades europeas. [...] se limitaban a un piso bajo, con todos los aposentos seguidos, abriéndose unos en otros sin pasadizos ni corredores intermedios, con toda su distribución casi tan primitiva y molesta como puede imaginarse'. Las habitaciones daban a un patio, generalmente cuadrado que tiene como centro un aljibe. La cocina y las piezas de servicio estaban separadas del edificio principal y al fondo de la casa. Mucho más al fondo aún, se encontraban los retretes [3].
'Los pisos eran de ladrillo, los tirantes de los techos casi nunca se cubrían con un cielo raso y las paredes tan frías y monótonas como podía hacerlas el blanqueo [...]' , los muebles eran rústicos y toscos.
'En invierno calentaban sus frías y húmedas habitaciones por medio de braseros, a riesgo de sofocar a los que estuviesen dentro con el tufo y el humo del carbón; y se creía que las chimeneas eran conductoras de la humedad y del frío' [4] , por eso no las utilizaban. Sin embargo, durante mi estadía pude notar un cambio en las costumbres debido a la influencia de los extranjeros residentes en la ciudad y a las fluidas relaciones comerciales con Europa. Las estufas inglesas comenzaron a utilizarse, también las paredes empezaron a lucir coloridos papeles de las fábricas de París y las habitaciones, hermosos muebles europeos.

C)     Las actividades cotidianas (Texto 3)


Los días que siguieron me dediqué al trabajo y a contemplar la vida que se llevaba en esta ciudad, tan lejana y distinta a nuestra Londres.
Al amanecer sólo pueden advertirse en las calles algunas ratas en busca de comida, porque los nativos no son muy madrugadores. Un poco más tarde, las calles comienzan a poblarse de vendedores ambulantes. Las primeras en aparecer son las carretas de los pescadores que regresan de la playa cargadas de pescado fresco que llevan al mercado. Luego aparecen los aguateros. ¡No me van a creer lo que digo!, pero en Buenos Aires el agua se vende,
y bien cara por cierto, porque el agua de los pozos es salobre y no se puede consumir. Los que pueden disponer de algún dinero, realizan en sus patios profundas excavaciones para construir los aljibes, donde por medio de cañerías colectan el agua de lluvia. Pero los más pobres se ven obligados a comprársela a los aguateros. A pesar que cargan las cisternas en las orillas del río, el agua no es cristalina y necesita estar en reposo por veinticuatro horas para poder ser bebida. Para purificar más rápido el agua yo ponía un pedazo de carbón en las tinajas.
Era increíble, los vendedores continuaban desfilando por las calles montados en sus caballos ofreciendo sus productos, frutas, panes, aves. Los lecheros, generalmente niños o jóvenes hijos de los chacareros de los alrededores traían colgando a cada lado del animal, tarros cargados de leche. También recorrían las calles los trabajadores que se dirigían a sus talleres y las lavanderas negras o mulatas que iban hacia la playa llevando la ropa, el jabón y la tabla para refregar en enormes fuentones sobre sus cabezas y en una de sus manos la pava para calentar el agua para el mate, porque tanto ellas como los otros trabajadores del país, nada hacen sin sorber su bebida favorita.
El mercado, ubicado en la Recoleta, sorprende a cualquier extranjero. Ocupa un espacio cuadrangular con pequeños locales alineados uno al lado del otro, en donde se establecían los vendedores de frutas, carnes y verduras. Allí, se podía encontrar pescado de buena calidad y a bajos precios, legumbres, batatas, calabazas, perdices y todo tipo de frutas, melones, duraznos, uvas, higos. La carne vacuna era traída desde los mataderos, que se encuentran en las cercanías de la ciudad, diariamente por los carniceros para ser vendida en trozos.
Aunque la producción local no podía competir con los productos europeos, porque la gente de Buenos Aires compraba casi todo a Inglaterra, algunas manufacturas tuvieron cierto desarrollo, como la fabricación de fideos, carrozas, peines, baúles, colchones y catres, de velas, de jabón. También se habían desarrollado los saladeros, pero requieren la inversión de grandes capitales, los extranjeros se han dedicado a esta actividad tan ventajosa y mantienen un vivo comercio con Brasil, Cuba y las islas de Cabo Verde donde sirven de alimento para los esclavos.
Por las calles, también se confundían en el aire distintos idiomas, son los apurados hombres de negocio, de todas las nacionalidades a los que los lugareños llamaban gringos o carcamanes .
Pasado el mediodía, al dar el reloj las dos, se retiraban los vendedores y carreteros, cerraban todos los negocios. Las calles quedaban desiertas, todos volvían a sus casas... era la hora de la siesta. Por la tarde, los negocios, comercios y toda la actividad se desarrollaba desde las cinco hasta el atardecer. A medida que se iban encendiendo los faroles, las señoras comenzaban a salir de sus casas para recorrer las tiendas. Abuelas hijas nietas tías, iban todas acompañadas de sus criadas. Entraban en una tienda, hacían desplegar, telas, peinetas, abanicos y luego se retiraban sin haber comprado nada para repetir la operación en otra tienda. Continuaban su paseo, se detenían a conversar con otras familias y muchas veces, se dirigían a pequeñas tertulias de animada conversación, donde eran cortejadas por muchos galanes. A veces, alguna señora se sentaba frente al piano para ejecutar alguna pieza y cantar. También a veces, se bailaban minuetos y contradanza [5] española. Alrededor de las diez de la noche regresaban a sus casas y las calles volvían a estar quietas y solitarias.
A esa hora, los caballeros continuaban en los cafés, donde se reunían para jugar a las cartas o al billar. Apostaban enormes sumas de dinero y permanecían allí durante muchas horas 'Lo que contribuye a la falta -muy lamentable- de hábitos hogareños entre la población masculina'

·       Luego de ver La vida cotidiana a fines del virreinato. 

 Una tarde lluviosa de 1810



Realizar un relato en primera persona de 1 (una) carilla como si vivieses en la época. Utilizar las costumbres que relatan en la cartas de extranjeros que visitaron la ciudad de Buenos Aires y la página web 

No hay comentarios:

Publicar un comentario